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domingo, 1 de junio de 2014

Le café de nuit

Un día se levantó y decidió viajar; pese a su larga edad él no escondía las ganas de explorar y conocer culturas, pueblos o hábitos. Su destino fue Ámsterdam, el motivo fue la pasión al arte, a la pintura, la admiración que le tenía al señor Vincent Van Gogh. Tardo mucho tiempo en tomar esta decisión, nunca se sentía totalmente convencido de hacerlo y no pasaba por un problema económico, al contrario, vivía muy cómodamente, simplemente dilató un poco mas el acontecimiento.
Fue en el verano europeo cuando arribó a Ámsterdam, (eligió ese destino porque hablaba con fluidez el idioma holandés) una ciudad increíble por cierto. Estuvo una semana en esa ciudad, luego el destino era otro. Aprovechó esos días para recorrer todo lo que pudo; algunas veces solo, otras acompañado por gente que fue conociendo. Allá, las personas, son muy gentiles y amables, siempre van a tratar de ayudar en lo que puedan. Una noche, Ignacio encaminó su ruta hacia el centro de la ciudad, quería experimentar las costumbres holandesas, probar las mejores cervezas, caminar por los canales y puentes que rodean a la localidad, se atrevió a visitar el barrio rojo con todo lo que eso implica, ver a las señoritas exponer su cuerpo detrás de una vidriera en calles muy angostas, entrar en los coffeeshop e investigar todo lo que tenía al alcance de la mano, preguntar y sacarse todas sus dudas. Compartió junto a Robin, un señor de la misma edad de Ignacio, unas cuantas pintas de varias cervezas y se animaron a probar un poco de hennep (marihuana). Realmente la estaban pasando muy bien y no quería perderse nada de esa hermosa ciudad.
Al otro día, luego de una noche bastante agitada para los 60 años de Ignacio, desayunó un poco de pan con queso, realmente exquisitos los quesos de Holanda, algo de fruta y se fue a alquilar una bicicleta para disfrutar de la capital del país, desde otro ángulo. Esta vez su actividad del día, era el tan esperado museo de Van Gogh. Buscó en su mapa donde quedaba, qué distancia debía recorrer y emprendió el viaje. Pasó por varios parques, por la casa donde vivió Ana Frank sus últimos años, también paso por enfrente de la fabrica de Heineken, pero con lo que se encontró y le llamo muchísimo la atención porque fue algo totalmente inesperado, fue con una gran multitud de gente, todas ellas con algo rosa, bailando, cantando y celebrando, pues era el día internacional del orgullo gay. Ignacio no lo podía creer, se detuvo a disfrutar y celebrar con la gente, aunque el no perteneciera a esa comunidad, no le importaba, porque fue algo que realmente lo sorprendió. Estuvo caminando con la multitud un largo rato hasta que decidió retomar su ruta e ir al glorioso museo.
Al llegar, dejó su bicicleta alquilada en uno de los lugares indicados para dicho vehículo y comenzó a hacer la fila para ingresar al edificio. Una vez sacado el ticket que lo habilitaba a explorar todos los lugares que quería y quedarse allí todo el tiempo que quisiera, inició su recorrido. Los primeros cuadros u objetos que aparecieron de Van Gogh, fueron su caballete, sus acrílicos, sus pinceles y una especie de maletín en donde guardaba todas estas herramientas antes dichas. Ignacio no lo podía creer, estaba viendo lo que siempre había soñado, imaginado y hasta vivido en algún sueño.
En el segundo piso del museo, entre tantas obras expuestas, se quedo mirando una muy detenidamente, prestando mucha atención, porque lo que estaba observando era algo imposible. En la pintura “Terraza de café por la noche” el personaje pintado de blanco, era él, era Ignacio. Se quedo inmóvil por unos cuantos minutos, no tuvo reacción; se puso a pensar y a analizar como era posible este hecho, pero no consiguió explicación alguna, simplemente aparecía el, pintado de blanco como en las copias que el había visto, pero la cara era la de Ignacio. Después de un largo rato viendo la obra, pensando, observo con mayor atención el rostro de este sujeto, su rostro; pudo darse cuenta que la
expresión que emitía era totalmente triste, apagada, preocupada, con un gesto en su mirada de dolor. Realmente no lo podía creer, habían pasado cuarenta minutos mirando el cuadro y no conseguía una explicación posible o razonable. Pensó en preguntarle a alguien que veía en el rostro de ese sujeto pintado de blanco, pero no se atrevió, sintió que había enloquecido en un punto y trato de convencerse al pensar que podía ser uno de los efectos de la marihuana de la noche anterior. Convencido en un cierto modo, siguió el recorrido, pero ya no era el mismo, claramente no podía sacarse esa imagen de su mente. Terminó de caminar todo el museo y comenzó a sentirse mal, muy mal. Fue ahí cuando opto por regresar al hotel y recostarse un rato, el calor era agobiante y se sentía muy cansado, casi agotado.
Cuando llegó a la habitación del hotel, preparó el baño y tomo una ducha que refresco su mente, pero no su cuerpo. Se recostó en la cama y se durmió profundamente, soñó cosas muy raras, cosas que lo hicieron angustiarse, transpirar y levantarse de pronto.
En casi ningún lugar había aires acondicionados, no se utilizan, solamente hay ventiladores o calefacción centralizada, cuando hace frío. Cuando consiguió estabilizarse y recobrar un poco el ánimo, miro la hora y eran las once de la noche. No había cenado y no estaba en sus planes, el malestar general seguía a su lado, empeorando minuto a minuto. El cansancio de su cuerpo lo obligó a dormirse de nuevo.
Al amanecer, ya con otra energía, Ignacio tomó una ducha y bajo al salón donde servían el desayuno. Su imagen era la de todos los días, pero su mente no, el se sentía vació, como si ese personaje pintado por Vang Gogh, le hubiera robado su alma, su esencia, su destino. Trató de mostrarse cómo siempre, pero en lo único que pensaba era en volver a ese museo y ver esa pintura, ese hombre vestido de blanco que portaba su rostro.
Salió del hotel y fue directamente a la parada del bus, que lo llevaría hasta el museo. Se puso a hacer la cola, sacó el ticket y fue directamente hacia la sala donde se encontraba la pintura. Mientras subía las escaleras, su ritmo cardíaco se aceleró muy rápidamente; mas allá de sus años, se fue agitando a gran velocidad. Llegó a pensar que cuanto mas se acercaba a la pintura, más se deterioraba. A pesar de esa reflexión y de su taquicardia siguió avanzando hasta la sala 17 donde se encontraba la obra.
Cuando llegó, casi exhausto y sintiéndose muy mal, se acercó a la pintura y observo con mucha atención que el personaje seguía allí, pero esta vez, sin su cabeza. Ignacio se quedó paralizado, millones de pensamientos, la mayoría negativos, abrumaban su mente. Empezó a tambalearse y a tropezarse. La gente allí presente trató de calmarlo y lo sentaron a un costado de la sala, le ofrecieron un vaso de agua que aceptó con gusto. A medida que se fue recomponiendo y estabilizando, consiguió incorporarse y se fue del museo.
Cuando llegó al hotel, subió a su habitación y se desplomo en su cama. Los pensamientos no lo dejaban tranquilo, se seguía sintiendo mal y no lograba tranquilizarse.
Fue a medianoche cuando sintió que no podía más, no tenía fuerzas ni siquiera para mover su cuerpo; se encontraba absolutamente quieto en su cama. En un segundo interminable revivió toda su vida, desde su infancia hasta los últimos días. Lleno de orgullo por un lado y tristeza por otro, cerró sus ojos y dejo de respirar.
Había entrado a otro mundo, uno totalmente desconocido.

Seis meses después de su muerte, uno de los encargados del museo y de la limpieza, descubrió en el cuadro de Vang Gogh, el mismo que observaba Ignacio, algo distinto, no era exactamente igual que siempre. Esta vez, el personaje pintado de blanco sí tenía su cabeza, también estaba con el rostro de Ignacio, pero la única diferencia es que ahora, se lo veía feliz y en paz.

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