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miércoles, 23 de abril de 2014

El enojo



Escribo esto sentado desde mi altar. Muchos me ponen distintos nombres. Me llaman de muchas maneras: Dios, Jesús Cristo, Hades, Zeus, Odín, Alá, Ra, Inti o Pacha mama. En el comienzo de todo, cuando cree al ser humano, tomé coraje y bajé a tierra firme. Lo primero que intenté fue camuflarme entre ellos. Se me hacía incomprensible cómo había yo creado algo tan inculto. Primero, no les bastó con llegar al mundo, tener un planeta hermoso, poseer todos los rasgos que cualquier ser querría alguna vez poseer, la inteligencia necesaria para ser feliz. Comenzaron a preguntarse de dónde provenían, y para menor felicidad para mí, me desplazaron, suplantándome por una clasificación de saberes, que la denominaron “ciencia”. Decían ser racionales, objetivos y que seguían los patrones de la naturaleza ¡Pero si a la naturaleza la cree yo! Podrán imaginarse mi desesperación. Luego, pretendieron conocerme. Cuando yo, he caminado entre ellos infinitas de veces. Cuando yo, he dejado mi sangre en la tierra infinitas de veces. Cuando yo les he dado asilo infinitas de veces, cuando ya nadie más lo quiere. Construyeron un edificio para verme ¡No!, jamás. Se creían superiores a mí. Solo queda para agregar, que cuando me animé a bajar por segunda vez –la primera, luego de conocer la “ciencia” me vi obligado a subir- no me urgió nivelar mi inteligencia hacia los niveles del suelo, así que intenté ser inteligente, ser yo ¿pero qué hicieron los incompetentes? No lo podrán creer. Me encerraron por sabelotodo. Esa fue mi última vez, me desaparecí de ese trozo de roca y no volví a bajar. Pero les garantizo algo, si llegara a haber alguna tercera vez, no se olvidarán de mí los sobrevivientes. Mis hermanos aquí arriba me dicen que no dramatice, que piense equilibradamente. Me nombran con frecuencia la creación de edificios donde dicen que yo vivo. Pero tales edificios no son para idolatrarme, solo son para el beneficio de unos pocos. Mi ira se potencia violentamente.

Julián Vega Fischer

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