El enojo
Escribo
esto sentado desde mi altar. Muchos me ponen distintos nombres. Me llaman de
muchas maneras: Dios, Jesús Cristo, Hades, Zeus, Odín, Alá, Ra, Inti o Pacha
mama. En el comienzo de todo, cuando cree al ser humano, tomé coraje y bajé a
tierra firme. Lo primero que intenté fue camuflarme entre ellos. Se me hacía
incomprensible cómo había yo creado
algo tan inculto. Primero, no les bastó con llegar al mundo, tener un planeta
hermoso, poseer todos los rasgos que cualquier ser querría alguna vez poseer,
la inteligencia necesaria para ser feliz. Comenzaron a preguntarse de dónde
provenían, y para menor felicidad para mí, me desplazaron, suplantándome por
una clasificación de saberes, que la denominaron “ciencia”. Decían ser racionales, objetivos y que seguían los
patrones de la naturaleza ¡Pero si a la naturaleza la cree yo! Podrán
imaginarse mi desesperación. Luego, pretendieron conocerme. Cuando yo, he
caminado entre ellos infinitas de veces. Cuando yo, he dejado mi sangre en la
tierra infinitas de veces. Cuando yo les he dado asilo infinitas de veces,
cuando ya nadie más lo quiere. Construyeron un edificio para verme ¡No!, jamás.
Se creían superiores a mí. Solo queda para agregar, que cuando me animé a bajar
por segunda vez –la primera, luego de conocer la “ciencia” me vi obligado a subir- no me urgió nivelar mi
inteligencia hacia los niveles del suelo, así que intenté ser inteligente, ser
yo ¿pero qué hicieron los incompetentes? No lo podrán creer. Me encerraron por
sabelotodo. Esa fue mi última vez, me desaparecí de ese trozo de roca y no
volví a bajar. Pero les garantizo algo, si llegara a haber alguna tercera vez,
no se olvidarán de mí los sobrevivientes. Mis hermanos aquí arriba me dicen que
no dramatice, que piense equilibradamente. Me nombran con frecuencia la
creación de edificios donde dicen que yo vivo. Pero tales edificios no son para
idolatrarme, solo son para el beneficio de unos pocos. Mi ira se potencia
violentamente.
Julián Vega Fischer
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