Embarrado hasta los
tobillos. El pelo revuelto y duro. Se pasa las manos por la cara y se refriega
los ojos. Llega al final del camino de tierra y empieza el asfalto. Deja los
ramos en el suelo y moja sus pies con agua helada. Se pone las zapatillas
roídas por el tiempo y las ratas.
Vuelve a tomar los
ramos de olivos y sube al tren. Baja en Constitución. “Doña, a cinco peso el
ramo”. La señora con cara de asco, baja las escaleras de la basílica y sigue
caminando. Un perro mira lo que pasa, y mueve la cola.
El sol le acaricia la
frente. Acomoda mejor sus ramos, y grita “ramos bendecidos para llevar a casa”…
Una nena con un vestido celeste se acerca. Su papá la toma del brazo y la lleva
bruscamente. La niña sigue clavándole los ojos. Su padre se distrae hablando
con el obispo. Ella se escabulle, tira suavemente de la ropa del nene de los
ramos. Él la mira sorprendido. Busca en su bolsillo con puntilla y saca un
chocolate, lo parte y le da la mitad. Lo comen juntos.
Felices Pascuas.
Ana Clara Zabala
Lo que es encontrar lo maravilloso en lo cotidiano y superfluo -para algunos.
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