Debiera existir una especie de máquina reveladora que me dijera si es
verdad que fuiste carne. Pero como uno debería creer sin ver, no sería
válido. Sumándole a eso cada una de mis ofensas, que no vayas a creer
que son muchas, perdería la posibilidad de ganarme el boleto directo al
paraíso. Así que mejor dejemos las máquinas para cortar pasto, preparar
café, o para hacer llamadas telefónicas.
Perdón si te choca que
te hable así con tanta confianza, pero la historia dice que sos mi
hermano, así que no veo porque tendría que hablarte solemnemente.
Confieso que… Uff! Decirte que te confieso me trae la imagen de otros
tiempos. Con nueve… diez años, sentada en un banquito de madera, dentro
de una especie de caja de madera, hablándole a una rejilla ¡también de
madera!, desde donde una voz callada me correspondía.
Me
incitaban a que entre en ese espacio incierto, para que le cuente… te
cuente, ya no sé, que era todo lo que había hecho mal, mis mentiras, mis
peleas con mis hermanos, alguna que otra mala contestación a mis
padres. De ahí, toda avergonzada y sin entender bien el proceso, salía
disparada del cubículo para ir a ponerme de rodillas a rezar unas
plegarias de perdón y limpiar mi alma. ¿Me escuchaste alguna vez? ¡Qué
vergüenza! Deje de asistir a estos rituales cuando pude decidir por mi
cuenta, no quiero mentirte, pero creo que aún en estos días mucha gente
lo sigue practicando.
Volviendo al tema te confieso, no sin
arrepentimiento, que a lo largo de los años de mi vida te devolví a la
cruz. Te puse túnicas blancas, sombreros altos y resplandecientes
metales dorados a tu alrededor. Te llene de palabras vacías, sermones
repetidos y mucha hipocresía. Te hice culpable de la maldad en el mundo y
del mar de tragedias que sacudieron nuestros territorios. Te alojé en
residencias majestuosas y te cubrí de poderes políticos. Me alejé, aún
hoy me alejo, no creo en ese circo y no quiero formar parte de eso.
Temo negarte, de veras que temo. Creo que hasta el más escéptico de los
hombres, en lo más profundo de su soledad, reconoce que existes. Quiere
creer que existes. Necesita que existas. Y yo soy una de ellos. La
línea entre el miedo y la fe es muy delgada, tanto que por lo pronto, si
estás de acuerdo, prefiero que sigamos este contacto sin intermediarios
¿te parece bien? Estoy casi convencida de que puedo encontrarte donde
sea y cuando sea si en realidad existes.
Yamila Graziano