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domingo, 20 de abril de 2014

Si en realidad existieras

Debiera existir una especie de máquina reveladora que me dijera si es verdad que fuiste carne. Pero como uno debería creer sin ver, no sería válido. Sumándole a eso cada una de mis ofensas, que no vayas a creer que son muchas, perdería la posibilidad de ganarme el boleto directo al paraíso. Así que mejor dejemos las máquinas para cortar pasto, preparar café, o para hacer llamadas telefónicas.
Perdón si te choca que te hable así con tanta confianza, pero la historia dice que sos mi hermano, así que no veo porque tendría que hablarte solemnemente. Confieso que… Uff! Decirte que te confieso me trae la imagen de otros tiempos. Con nueve… diez años, sentada en un banquito de madera, dentro de una especie de caja de madera, hablándole a una rejilla ¡también de madera!, desde donde una voz callada me correspondía.
Me incitaban a que entre en ese espacio incierto, para que le cuente… te cuente, ya no sé, que era todo lo que había hecho mal, mis mentiras, mis peleas con mis hermanos, alguna que otra mala contestación a mis padres. De ahí, toda avergonzada y sin entender bien el proceso, salía disparada del cubículo para ir a ponerme de rodillas a rezar unas plegarias de perdón y limpiar mi alma. ¿Me escuchaste alguna vez? ¡Qué vergüenza! Deje de asistir a estos rituales cuando pude decidir por mi cuenta, no quiero mentirte, pero creo que aún en estos días mucha gente lo sigue practicando.
Volviendo al tema te confieso, no sin arrepentimiento, que a lo largo de los años de mi vida te devolví a la cruz. Te puse túnicas blancas, sombreros altos y resplandecientes metales dorados a tu alrededor. Te llene de palabras vacías, sermones repetidos y mucha hipocresía. Te hice culpable de la maldad en el mundo y del mar de tragedias que sacudieron nuestros territorios. Te alojé en residencias majestuosas y te cubrí de poderes políticos. Me alejé, aún hoy me alejo, no creo en ese circo y no quiero formar parte de eso.
Temo negarte, de veras que temo. Creo que hasta el más escéptico de los hombres, en lo más profundo de su soledad, reconoce que existes. Quiere creer que existes. Necesita que existas. Y yo soy una de ellos. La línea entre el miedo y la fe es muy delgada, tanto que por lo pronto, si estás de acuerdo, prefiero que sigamos este contacto sin intermediarios ¿te parece bien? Estoy casi convencida de que puedo encontrarte donde sea y cuando sea si en realidad existes. 

Yamila Graziano

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