Vistas de página en total

domingo, 11 de mayo de 2014

El nene del pozo

-¡Oye tú!, ¿qué haces ahí abajo?, sube, pues- le grita un nene de diez años, Gustavito, que acababa de encontrar a otro aparentemente de la misma edad en lo más profundo de un aljibe. Por suerte, por ahora, es de día y se ve con claridad la cara ensuciada del niño de abajo.
-Decime dónde vivís y voy a buscar a tus padre- le dice Gustavo –o a los bomberos.
-No no, dejá. Acá se está muy bien. Pues arriba hace un calor de morirse, acá tengo agua y está fresquito- dice el niño de abajo, ni un solo músculo de la cara se le tensó al hablar.
-Pero no- le reprocha Gustavito, le dice que es peligroso estar ahí abajo, aunque empieza a sentir que ahí arriba realmente hacía mucho calor y que abajo debe de estar fresquito –tus padres deben de estar preocupados.
-Mis padres mismos me mandaron acá, ellos están en otros pozos ahora. Mamá nos hizo una vianda a cada uno de mis hermanos, somos cuatro- le confía el muchacho de abajo. Empiezan a hacerse amigos.
Gustavo, un poco envidioso por el trato que les da su mamá, no le cree, y lo trata de mentiroso.
-Mirá- le muestra una bolsa de madera y de ella saca un sándwich que desde arriba se veía riquísimo –es de atún, como me gusta a mí- le dice el chico. –A mi hermana María le gusta de jamón, a mi hermano mayor Miguel de roquefort y a mi hermano menor Agustín de manteca y salame-
-¡Qué hambre que me estás dando, encima hace un calor acá!- le responde Gustavo. –mi mamá se fue a la panadería a trabajar y mi papá está en el bar, como siempre, gastando lo de mi mamá. No sé qué comeré.
El nene de abajo ya siente lástima por Gustavo, y está a punto de subir para abrazarlo, pero algo lo detiene, Gustavo se da cuenta. -¿Por qué no vienes aquí abajo conmigo?, yo no puedo subir porque si se entera me padre, me faja- le dice el niño del pozo -¿Por qué no bajas tú?, tus padres no se enojarán, ¿cierto?
El niño de abajo estaba en lo cierto, nadie se enojaría si él bajaba. –¿Pero cómo subimos después?- pregunta Gustavo.
-Esa es la parte más fácil- dice el niño de abajo –lo más difícil es bajar, ya que serás nuevo en el rubro de bajar pozos. Una vez que entras, bajaras resbalando la espalda y controlas que no te caigas con las piernas, tienes las piernas fuertes, ¿no? La subida es igual, pero en sentido contrario.
Gustavo pensó que era fácil y hasta divertido. Y para colmo él siempre ganaba cuando jugaba al fulbito por lo fuerte que le pegaba a la pelota. Así que empezó a bajar. -¿Me vas a convidar de tu sándwich? El de atún también es mi preferido- le pregunta Gustavito a la mitad del pozo, pero miente, jamás probó el atún.
-Si si, te lo doy todo si querés- le responde el nene del pozo –total no tengo hambre yo.
-¡Uff! Sí que cuesta bajar, ni me quiero imaginar subir- dice exhausto Gustavo.
-¿Por qué me mentiste Gustavito?- le dice el niño del pozo al ex nene de arriba –a ti no te gusta el atún, porque no lo conoces-
Gustavo se dio vuelta ya que al bajar quedó de espaldas al nene de abajo. Pero al darse vuelta, ya se había ido, y quedó solo en ese pozo. Era de noche y hacía frío. 

Julián Vega Fischer 

jueves, 1 de mayo de 2014

Acordes en la inmortalidad

Otro jueves a la tarde en que tengo que reunirme con mi grupo terapéutico. Sí, quizá impulsada por mi entorno estoy yendo. Es que no me entienden. Obviamente que te extraño. Quisiera que estés conmigo, como al principio… aunque ahora sé que las cosas cambiaron un poco.
Hoy, me pidieron que escribiera una carta para despedirme de vos. Pero no me comprenden, es imposible.
En mis años mozos,
te conocí dirigiendo la orquesta, te miré y estabas al lado mío. Cada nota que toco con mi violín hace que aparezcas sonriendo socarronamente parado desde el balcón. Levanto la vista para empezar a hablarte y con un gesto vago me decís que siga tocando.
Para que realmente te vayas, tendría que quemar este instrumento y matar una parte mía. No puedo. Y no quiero.
Nuestras charlas por la mañana, tus quejas por mis mates amargos, el olor a tabaco…
Me acuesto a la noche, y al despertar al día siguiente las cenizas de tus cigarrillos están en el borde de la ventana. Siempre cenizas nuevas que limpio, y aparecen otra vez.
Vuelvo a tocar, ahora más que nunca porque eso te trae hasta mí.
Sí, el grupo terapéutico. Buscaré alguna canción vieja, la transformaré en carta y diré que la escribí yo, que “estoy curada”. Aunque en realidad, vos y yo lo sabemos, nos encontramos todos los días, a cualquier hora, entre las cuerdas de mi violín. 

Ana Clara Zabala