
Hoy, me pidieron que escribiera una carta para despedirme de vos. Pero no me comprenden, es imposible.
En
mis años mozos,
te conocí dirigiendo la orquesta, te miré y estabas al
lado mío. Cada nota que toco con mi violín hace que aparezcas sonriendo
socarronamente parado desde el balcón. Levanto la vista para empezar a
hablarte y con un gesto vago me decís que siga tocando.
Para que realmente te vayas, tendría que quemar este instrumento y matar una parte mía. No puedo. Y no quiero.
Nuestras charlas por la mañana, tus quejas por mis mates amargos, el olor a tabaco…
Me
acuesto a la noche, y al despertar al día siguiente las cenizas de tus
cigarrillos están en el borde de la ventana. Siempre cenizas nuevas que
limpio, y aparecen otra vez.
Vuelvo a tocar, ahora más que nunca porque eso te trae hasta mí.
Sí,
el grupo terapéutico. Buscaré alguna canción vieja, la transformaré en
carta y diré que la escribí yo, que “estoy curada”. Aunque en realidad,
vos y yo lo sabemos, nos encontramos todos los días, a cualquier hora,
entre las cuerdas de mi violín.
Ana Clara Zabala
No hay comentarios:
Publicar un comentario