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domingo, 13 de abril de 2014

Carta fantástica escrita en la realidad



No existe lo real, menos lo irreal. Tampoco lo fantástico y lo verídico. Miente el que dice tener verdad, se equivoca el que se confunde –qué paradoja-. Una vez pescando en el río Luján un hombre me contó una historia excepcional que le sucedió a él en ese río. No recuerdo del todo bien la anécdota, recuerdo muy bien que me había conmovido, y molestado aún más. Algo que ver con su padre y su hijo. Salvaron a alguien o se salvaron entre ellos, alguno perdió un miembro, o algo así. Pero me enojé con el sujeto. Porque al contarme su historia, cuando me suceda a mí, porque a todo el mundo le sucede todo, no me iba a sorprender, ya que ya sabría qué sucedería. Me perturbó todo el día. Y hace dos años atrás, me sucedió lo mismo. Salvé a mi padre y a mi hijo, ya sabía cómo actuar, no me emocioné siquiera, nadie perdió ningún miembro. Todos lloraban de emoción por lo vivenciado, yo me aburría, era como leer un libro aburrido por vez segunda. Por eso mismo tampoco leo. No quiero agotar mis sorpresas. Tengo un solo hijo, ya deben saber por qué, porque un segundo hijo sería lo mismo que el primero. Una sola esposa, y he leído un solo libro, ahí me contradigo, pero uno solo, no más. Jamás diré cuál. Un hombre me aconsejó olvidar. Lo intento con fuerzas inhumanas, pero cuanto más lo intento, más recuerdo. Llegué a recordar mi vida pasada. Fui varios animales en mi vida pasada: comencé siendo un huevo, luego muté a un renacuajo, me movía ágilmente por entre los filamentos del agua, y más tarde fui una rana, roja y verde, con el torso áspero y puntiagudo. Y al final, muté en un humano. Más o menos lo que soy ahora. Por más que intenté olvidar, no recordé mi vida anterior. Intenté ser esa rana una vez más, lo logré pero la memoria era escaza, apenas recordaba qué había comido esa mañana, o si había comido. Fui ciego una vez, pero no me hice problema, y lo superé. Estuve años divagando por el mundo, buscando mi destino, y lo encontré en casa. Al principio lloré la ceguera, pero las lágrimas quemaban y empeoraban mi situación. Tomé coraje y superé el obstáculo. Me notifiqué que mis ojos no estaban aptos para ver los colores y las luces del hoy, así que me creí superior a todos –aún lo creo- y lo soy. Veo cosas con mi ceguera, veo interiores, siento texturas, veo y hablo con fantasmas, cosas que ningún vidente pudiera hacer. Primero maldije mi don, luego divisé mi maldición, y me percaté de mi superioridad. Mi próximo paso en esta vida, es responder mi pregunta a si soy o no mortal.


Pd.: Carta hallada en el bolsillo de un sujeto suicidado en el año 1884. A la fecha de 1900, no se encontraron rastros algunos de putrefacción, solo de envejecimiento. No tenía vida, pero su espíritu seguía en él.

Julián Vega Fischer

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